La del Aeropuerto de Ciudad Real es una de esas historias que, por sí solas, explican el estallido de la crisis económica. Pocas veces como en este caso lo privado y lo público se entrelazaron de un modo tan decisivo y vergonzoso. El gobierno socialista de José María Barreda llegó a cambiar la Ley del Suelo para expropiar a gusto los terrenos aledaños del Aeropuerto. De esta forma, se favorecía a los empresarios cercanos de cara a la explotación comercial de una infraestructura que, ya entonces, tenía a todas luces un futuro más que incierto.
Y eso que, el mismo gobierno que cambió la LOTAU, subvencionaba a las escasas compañías aéreas que volaban a Ciudad Real. Pero ni con esas. Los aviones dejaron de volar y, salvo las incursiones de Torrente o de Almodovar, aquellas pistas que tanto costaron, que provocaron el derrumbe incluso de la CCM, quedaron desiertas.
Y alguno podrá preguntarse: ¿y nadie denunció esto en su momento? Pues no se crean que muchos. Aquellos eran los años del todopoderoso y subvencionador gobierno Barreda. A quien se le ocurría publicar algo le retiraban la publicidad institucional, como quedó acreditado en un pleno de las Cortes de infausto recuerdo. ¡Pero al menos protestarían las asociaciones de la prensa!, dirán ustedes. En aquellos días la asociación de Toledo sacó un comunicado en el que, en primer lugar, se pedía a los políticos que no llegaran tarde a las ruedas de prensa. Pues eso.
El caso es que ahora un grupo empresarial de origen chino promete invertir 600 millones en el Aeropuerto de Ciudad Real. Ojalá sea cierto, ojalá esa infraestructura sea privada al cien por cien, ojalá esos millones salgan de la cuenta de esa empresa y no de una Caja de Ahorros impregnada de lo público, ojalá nunca más se hagan leyes a medida. Ojalá la historia del Aeropuerto de Ciudad Real deje de ser una de esas que explican, por sí solas, el estallido de la crisis.