En primer lugar, perdón por el anglosajón titular, pero viene al pelo pues su significado es algo así como sin fogones. Y en esta ocasión, dentro de nuestra ruta, vamos a hacer referencia a esos bares que no cuentan con cocina, ni siquiera una plancha o microondas, y pese a eso son verdaderos templos del buen yantar. Tal es el auge de esta tendencia que en la calle Amparo, de Sevilla, existe un lugar encantador que se llama igual que este titular y en el que, por supuesto, no se guisa al fuego.
Esta ausencia de calor se traduce en una oda a la materia prima, al producto. Y como muestra varios botones, algunos hasta con ojal:
-Esas chacinas andaluzas, salmantinas, leonesas, castellano-manchegas y hasta catalanas bien curadas con unos colines en forma de piquitos acompañadas de un potente vino tinto. Superiores las de ‘Hasta los andares’, coqueta taberna del centro de Ciudad Real.
-Esa cervecita con su espumita densa y blanca, que emblanquece por igual el bigotillo que la boca del vaso (siempre de caña, déjense de inventos de copas flautas o anchos tipo sidra), con esa berenjena de Almagro, auténtico estallido de sabor que tras vibrar en la trompa de Eustaquio llega al cerebro donde rebota y retorna al final de la lengua mientras te hace recorrer en segundo y medio todas las ferias en las que has estado desde púber. Eso sí, conviene saborearla con el tronco ligeramente inclinado hacia adelante para evitar los temidos lamparones.
-Esa quintaesencia culinaria que es la mojama con una buena almendra Marcona frita al modo casero y levemente bañada con un aceite de oliva virgen extra de nuestra tierra. Eso sí es fusionar campo y mar y no las pizzas congeladas de atún y bacón.
-Esa cecina de vaca de León con un tinto carnoso, con olor a tierra, cuyo primer efluvio alcohólico ya te enamora hasta el alma y lo bebes sonriendo, pensando en lo bueno que te deparará la jornada vinatera.
-Esos mejillones anaranjados en su punto exacto de escabeche sobre una patata frita tradicional, justa de sal y de aceite. Otro mar y tierra bastante por encima de la pizza de marras. Muy ricos los de ‘El Rinconcito’, diminuto local ubicado en plena plaza de Tomelloso.
-Esa ventresca de atún en aceite de oliva con un tomate moruno del terreno y unas escamitas de sal (Maldon, negra, roja o arcoíris, pero saladita). En el tradicional ‘La Ponderosa’, junto a la Diputación Provincial de Cuenca, la bordan gracias a unas conservas situadas debajo de la misma barra y a unos tomates cultivados con mimo por el propio dueño de la taberna.
-Esas anchoas de Santoña (o al menos sin espinas asesinas) o boquerones en vinagre de calidad con un buen pepinillo fresco y terso en vinagre de vino, con un botellín helado de cervecita bebido a morro (porque si se quiere un botellín en vaso pues se pide una caña).
-Esas sardinillas reserva curadas en el último cajón de la alacena con un pimiento morrón, de bote.
-Esa cuñita de queso manchego que rompe en boca y flota sobre el vapor alcohólico de un tinto equilibrado o de un blanco con cuerpo.
-Esa ensalada de perdiz roja escabechada con un poquito de verde y cuatro granos de granada sabiamente esparcidos
-Ese paté con mermelada de frutos rojos (ojo con la confitura que no se trata de desayunar).
Y en ámbitos más modernos los ceviches de ascendencia peruana o todos los nuevos cortes con aires nipones del gaditano atún rojo. Sublimes acompañados de vinos finos o manzanillas.
Y ese irte a tu casa con el chambergo sin oler a gamba con gabardina o a alitas de pollo chamuscadas (aromas bizarros donde los haya), con la tranquilidad que conlleva que ni jefes, ni parejas, ni madres digan eso tan cargante de ¡Ya vienes del bar!